El mes pasado hice unas cuantas etapas del Camino de la Costa. No llegué hasta Santiago, no era ese el objetivo, de hecho, caminé varios días sin un objetivo concreto.
Salí desde Noja, y el primer día sólo llegué hasta Güemes, a La Cabaña del Abuelo Peuto; y tengo que decir que probablemente sea el albergue más especial que he conocido. No voy a desvelar los porqués, prefiero animaros a que lo experimentéis vosotros mismos.
Después de cenar, unos cuantos peregrinos nos reunimos con el Padre Ernesto en La Capilla y estuvimos charlando sobre el camino, sobre la vida… y en una de las intervenciones del Padre Ernesto escuché algo que me sonaba muy familiar “Santiago no es un lugar, Santiago es una dirección”.
Hoy en día se cotiza la “orientación a resultados”, la competencia de lograr aquellos objetivos que te propones (o que te proponen). Y está muy bien… aunque yo al menos le veo algunos “peros”.
¿Y si no logro el objetivo, por mucho que haya avanzado, he fracasado?
¿Y si logro el objetivo, ya está? ¿voy a por otro?
¿Y si logro el objetivo pero no está alineado con mi dirección (principios, valores)?
Por eso aquella charla con el Padre Ernesto me hizo volver a caer en la cuenta de la importancia priorizar las direcciones por encima de los objetivos.
Una dirección no tiene fin, no se acaba, no tiene plazos… cada paso en esa dirección es un avance, y es fácil notar cuándo estás dando pasos en una dirección diferente… Mi padre siempre ha tenido muy claras tres direcciones en El Camino de la Vida: Salud, Familia y Economía.
Voy a dedicar un rato este fin de semana a meditar acerca de cuáles son mis direcciones… Oye, las tuyas ¿Cuáles son?